Ahí estaba de nuevo frente a ella, como si los años hubiesen transcurrido sin transcurrir. Otra vez ese gran amor, siempre joven, siempre dispuesto; verdugo sutil de los solitarios. Se lo habían advertido, le habían dicho que no existía distancia suficiente; ni voluntad ni posible olvido.
De nuevo entonces, boca con boca, ojos con ojos: spiritum contra spiritus. De nuevo el miedo, otra vez testigo del funeral de dios.
¿Tendría la confianza suficiente para continuar sin él? ¿Sería capaz de no responder al susurro del diablo?
Y en realidad no importaba lo que hiciera, él seguiría ahí para cuando la nube negra se posara sobre su alma, para cuando la cordura fuera insoportable, para cuando el corazón decidiera flaquear.
Era un instante, un sí o un no… Un sí o un no… Sí o no… Y es que el poder no estaba en ella, ni su vida ni su voluntad y quizá por eso pudo decir no, por ese día, por ese minuto. La respuesta era no por hoy, aunque muriera su madre o naciera su hijo, aunque se quedara inadvertida en el mundo.