Llegó el día en que, después de casi cinco años, nos volveríamos a encontrar.
Abordé el avión vuelo vespertino para mirarte desde el cielo antes del atardecer y apreciar tus colores y formas, esas que a veces furiosas impiden que cualquiera se te acerque.
Bajé del avión velozmente para tomar un taxi; contuve las palabras, el silencio me acompañó en el camino. Por fin estábamos frente a frente.
Me quité los zapatos y me puse a correr. La arena caliente recorrió con su calidez mi cuerpo. Te miré y dejé que la brisa besara mi cabello. Abrí los brazos para respirar tu sal, escuchar tu canto y sólo mirar. Me senté a tus pies mientras mi silueta se dibujaba en tu figura desolada. El ir y venir de tus olas me acariciaba. Vi en tu inmensidad un sosiego que me invadió por dentro.
Me embriagué en tu calma para no pensar en el tiempo, hasta que me enraicé en tu lecho.