En el preciso momento en que has cerrado los ojos y ni el más ligero goteo de luz entra por las paredes de tu cuarto, te miro fijamente. Ahí, muy silenciosa, escucho cada respiración tuya y siento unas ganas inmensas de apretar tu cuello y ver cómo mueres tras una hermosa desesperación.
Aquí, del lado derecho de tu almohada, siento el golpeteo de tu corazón sobre las sábanas y sonrío al pensar qué limpia y pura será tu habitación una vez que te hayas ido; ¿cómo será tener esa ventana por la que ves pasar a la gente cuando nadie vuelva a abrirla?
Si fuera posible me gustaría llevarme tu cabello o uno de tus ojos, para tener en el bolsillo ese calor eterno que nace del sol y muere en tu nombre. Y si me dijeran que esta es la última noche que vengo a desvestir tus pensamientos, te dejaría en el corazón toda la música que se escucha después de una guerra. También te diría que te estuve esperando y que eres bienvenida.