Estoy solo, me dije para mis adentros, solo con mis otros más malditos que el diablo mismo, pensé, más advenedizos y dúctiles que las llamaradas de fuego en una hoguera. Solo, repetí, e imaginé verme a mí mismo desde lejos, mirándome desde la cima de una cúspide invisible, observándome desde un muñón cicatrizado por una pátina de moho. Solo en la llanura de un mapa, al abismo de sus bordes insondables. Solo como el punto de una frase sin palabras; una borla en un océano de tela.
Estoy solo, me dije otra vez, y galopando en desbandada irrumpieron mis facetas con pezuñas de metal. Animales sin aliento, bestias, buitres y demonios volaron sobre mí hasta aglutinarse en la garganta. Sentí ganas de llorar. Solo, dije, hasta que perdí mis ojos en el sueño doblegado por el techo de la noche.