La copa clareaba con los mismos colores que la madrugada, el fondo se acercaba con los últimos tragos y con la amenaza de salir del lugar a dar tumbos por el edificio y llegar al departamento en el cuarto piso. Desde que pusieron el bar junto a su casa la vida se le derretía entre bajar las escaleras ansioso y subir las escaleras a rastras.
Llegó hasta el pasillo, allí en el fondo estaba su puerta, alcanzaba a mirarla como un destino que le parecía imposible, un túnel vacío e infinito que prometía las delicias de una botella de ron a medio tomar. Abrió los brazos para detenerse de las paredes, no podía caminar mucho sin asirse al aire, las piernas se le doblaban y lo ojos no llegaba a enfocar nada. La tierra era tremulación absoluta.
Abrió la puerta del departamento con un empujón que lo llevó al suelo, intentó levantarse entre los esfuerzos esclerosados de su cuerpo entumecido e hinchado, rodó por la madera sin que los brazos le respondieran, resbalaba, gateó hasta la pared y logró erguirse a pesar de los temblores de las piernas.
Encendió la luz y dio un paso que se repitió en la desnudez total del departamento, en el vacío absoluto de su memoria y su oído como un eco que devolvía la más jodida soledad sin nombres.
El departamento clareaba con los mismos sonidos que la madrugada, el fondo se acercaba como una amenaza cumplida.