Más que manchas, eran formas simétricas producidas por el doblez del papel a la mitad. A algún listo, de apellido Rorschach, se le ocurrió que podrían convertirse en un diagnóstico sobre el funcionamiento psíquico del evaluado. «¿Qué ve aquí?», le preguntó el Doctor H., y el paciente con el turno no. 34 supo que lo más sencillo era jugar a la interpretación popular.
Conforme el Doctor H. le mostraba las imágenes, describió cosas hermosas; las ordinarias, aquellas cosas normales que mamá le recalcaba sobre la gente cuerda y que él no hacía, sobre todo cuando comenzó a llevar orugas infestadas de larvas a casa. «¿Por qué lo haces?». Sin responder, se las dejaba sobre su ropa como si se trataran de una ofrenda; también mantuvo en observación a otra hasta que los capullos de avispa eclosionaron.
No hubo explicaciones. Las pieles de oruga sucedieron a los cuerpos infectados y los capullos a los restos de cubierta quitinosa. Su madre era una crisálida y cada mañana la encontraba más cercana a la metamorfosis. Un día, sólo ocurrió: una mariposa gigante le sirvió su cereal.
La transformación de papá a mamá había terminado.
Una hora después, no. 34 concluyó la prueba con las respuestas más comunes y obvias. Tal vez lo calificarán como sano o tal vez condicionarán su mirada para que no explore en la realidad subyacente de las manchas.