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De hombres lobo, mujeres y otros mitos

A Raymunda le habían dicho que las mujeres no podían ser otra cosa más que eso, mujeres, y que su deber era quedarse en casa. Ella estaba ansiosa por salir, pues el encierro le oprimía el aura. Seguido se iba al campo a llorar su tristeza y en secreto decía que podía ver a la luna respirar.

Una noche de tantas, caminó hasta toparse con los arbustos y, no muy lejos, alcanzó a ver dos pequeñas manchas rojas que parpadeaban en la oscuridad: eran moras o algo así. Sin pensarlo las alcanzó y se las comió, pero no tardó mucho en vomitarlas.

Con dolor de estómago, intentó regresar a su casa pero las manos le pesaban y los zapatos le apretaban. Al poco tiempo se quedó tirada en la hierba. Un calor infernal comenzó a recorrerle el cuerpo, los dedos le ardían como si entre la carne y las uñas se clavaran agujas. Su pecho se expandía como si el corazón quisiera salir expulsado. La respiración era fuerte y agitada, la cara le dolía como si se le estuvieran rompiendo los huesos. Sintió la boca fuera de lugar y que unos extraños colmillos le habían salido. Raymunda ya no era más una mujer.

Gateando y olfateando, llegó hasta la habitación de sus padres donde finalmente perdió la razón y todas las facultades del alma. Los cuerpos fueron encontrados al día siguiente, destazados. De Raymunda encontraron un vestido rosa de encaje rasgado, un zapato y su cuarto cubierto de pelo.

A Raymunda le habían dicho que las mujeres no podían convertirse en hombres lobo, pero también le habían dicho que las mujeres no salen de su casa más que casadas. Estaba comprobado, ambas cosas no eran cierto.

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Escritora. Bruja de oficio, cocinera de palabras por accidente. Cambio de color todo el tiempo porque no me gusta el gris, un poco sí el negro, pero nada como un puñado de crayolas para ponerle matiz al papel. A veces escribo porque no sé cómo más decir las cosas, a veces pinto porque no sé como escribir lo que estoy pensando, pero siempre o casi siempre me visto de algún modo especial para despistar al enemigo. Me gusta hablar y aunque no me gusta mucho la gente, siempre encuentro algún modo de pasar bien el tiempo rodeada de toda clase de especies. El trabajo me apasiona, los lápices de madera No. 2 también; conocer lugares me fascina y comer rico me pone muy feliz. Vivo de las palabras, del Internet y de levantarme todas las mañanas para seguir una rutina que espero algún día pueda romper para irme a vivir a la playa, tomar bloody marys con sombrillita y ponerme al sol hasta que me arda la conciencia. Por el momento vivo enamorada y no conozco otro lugar mejor. El latte caliente, una caja de camellos, una coca cola fría por la tarde, si se puede coca cola todo el día, y un beso antes de dormir son mi receta favorita para sonreír cuando incluso el color más brillante se ve gris. La Avinchuela mágica.
Ilustradora. Erika Posada, aka e.M.a. Publicista, diseñadora gráfica, ilustradora, freelance, libra, adoradora del sol, amante empedernida de los felinos y adicta al sonido que genera el aplastar hojitas y vainas secas en la calle.
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