Oye beibi, ¿recuerdas cuando antes de la operación ladeabas un poco la cabeza y dejabas que la brisa, los olores y cada sonido te acariciaran la oreja o la nariz para murmurarte palabras mudas que me traducías en metáforas e historias brillantes de ese mundo semionírico que te rodeaba? ¿Te acuerdas de cómo te decía que tus manos parecían bestias independientes y ansiosas por devorar cada grieta en la pared, cada textura que enriqueciera el concepto sonoro de un objeto? ¿Cómo devoraban (te juro que casi que las escuchaba jadear emocionadas) cada arruga, vello, pliegue o estría de mi piel?
¿Sientes ahora, en cualquier momento, algún tipo de nostalgia por esos días llenos sólo de sonido y tacto? ¿Aún sueñas a obscuras? ¿Recuerdas con claridad el mundo que inventaste antes de conocer los colores?
Yo sí. Sé que no era mío, pero por antonomasia podría decirte que también me pertenecía.
Adoro descubrir contigo las formas de las nubes, los vochos amarillos en la carretera o los peces en el fondo del río. Pero hoy, así como estamos, atiborrados de vino y sonrisas, adoloridos de subir la montaña y correr bajo la lluvia, de mirarnos fijamente y jugar con nuestras lenguas, ¿podrías cerrar los ojos, seguirme al cuarto y hacerme al amor como antes?