Sé que te has ido y que nunca leerás esta carta que en realidad escribo para mí. ¿Por qué para mí? Para convencerme de que nada podía hacerse, de que uno pierde a los hijos desde el mismo instante en el que nacen. Tú fuiste traída a la vida por un deseo más grande que el de los hombres; la vida fue quien te trajo y te alejó de mí para siempre.
Habría servido de algo advertirte, decir que esos ideales con los que alimentas tu vuelo son todos falsos, que cuando menos te lo esperes se volverán en tu contra. Cómo iba a decirte no vivas, no corras porque te puedes caer, no ames porque acabarás sin corazón. No confíes, no creas, no sientas, no esperes.
Nada te deseo hija mía. Vuela. Cuando te des cuenta de que te desplomas, sólo cierra los ojos e invoca a la vida que siempre termina por debérnoslo todo.