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El grueso de la población

Luciano falleció una tarde cualquiera, durante la celebración de su cumpleaños treinta y seis, llevándose consigo a la mayoría de la población de aquella hermosa ciudad. Con todos sus músculos contrayéndose en espasmos, cayó sobre la comida, acompañado de temblores y mareos, mientras apretaba su pecho robusto con ambas manos. Con la quijada endurecida y los ojos bien abiertos. Con la sangre inmóvil. Con la nariz clavada a fondo en algún platillo grasiento, Luciano dejó atrás su vida, cubierto por las miradas asombradas de sus familiares y otros asistentes.

La segunda muerte llegó momentos después, cuando el cadáver de Luciano, de ciento cincuenta kilogramos de peso, resbaló sobre uno de sus sobrinos, de apenas punto cero ochenta y siete toneladas de peso y doce años de vida. Así, uno tras otro, se encadenaron los decesos hasta llegar a los dieciséis cuerpos y los dos mil quinientos kilogramos de peso muerto amontonado.

Lejos de terminar ahí, las defunciones se propagaron por toda la ciudad entre quienes trataban de llegar al lugar de los hechos, y más tarde entre cualquier televidente o radioescucha dispuesto a enterarse de la catástrofe. Al cabo de unas horas, toneladas y toneladas de carnes frías yacían al aire libre, sobre las calles, mientras los sobrevivientes lloraban en sus casas las muertes de sus seres queridos y discutían lo terrible de la situación, acompañando sus dolores con una taza de café y una deliciosa rebanada de pastel de chocolate.

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Músico, escritor, lector, cinéfilo, melómano, hijo, primo, hermano y amigo nacido en la ciudad de México un hermoso y soleado miércoles 29 de febrero de 1984. Gusta de todas las formas de la imaginación y del humor sin discriminación alguna. También disfruta ocasionalmente de una buena novela policiaca. Sostiene que la escritura literaria es una búsqueda donde la voz del escritor debe ser la única constante. En alguna reunión llegó a afirmar: “Puedo suscribirme a cualquier corriente de pensamiento, siempre y cuando sea lo bastante corriente”. No ha recibido ninguna distinción literaria, pero ha otorgado dos títulos de “Abuela Honoris Causa” hasta el momento. El primero a Susan Sontag por su labor crítica y, sobre todo, por esta fotografía; el segundo a Wisława Szymborska por su obra poética y por la persona que imagina detrás de esos poemas. Participó en el proyecto de investigación de literatura policiaca “Crimen y ficción”. Actualmente escribe una columna mensual de cine para la revista Síncope, mantiene el blog “Antología (no tan) arbitraria de textos” y toca la guitarra en la banda mexicana de swing Cotton’s.
Fede antes firmaba como Frederick Mosh, pero ahora que es ilustrador, regresó al mar.
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