Hay quienes por fortuna o desgracia nacen con la percepción a tope, incluso basan su vida en las intuiciones. Eso le pasó a Alfonsina a quien, desde el día en que nació, un dejo de pesadumbre acompañó hasta que el llamado a otras vidas se hizo presente.
El mar le hablaba al oído, ansioso por escuchar sus poemas, llenar de sal su cuerpo, dejarla sin aliento para llevarse su alma hasta el fondo.
Por su parte Alfonsina no halló más razones para permanecer de pie; quiso flotar y dejar que los susurros la embriagaran. Se untó el perfume de las flores y colocó en papel las últimas emociones de su vida antes de salir al encuentro. Caminó sin miedo, dispuesta a todo. Prefirió ir descalza para mimetizar sus dedos con la arena, miró al cielo por última vez y con los ojos abiertos dejó que las olas jugaran entre sus cabellos. Ella sabía que el mar la acogería,como a una hija, madre, amante y fiel esposa.
Entre corales y sirenas, se fue acercando al final para dejar atrás el sufrimiento y deleitarse entre las aguas, vestida de mar.
Hasta que alguien –no importa quién ni cuándo– evoque su alma al pronunciar las palabras que dejó.