Atado a la roca, Loki… Fenrir también.
¿Son las entrañas de Nari las que te retienen? Tu propio hijo, muerto entre las fauces de tu hijo. Padre de lobos: el deceso está en tu sangre.
Será tu esposa quien te procure, su fidelidad nos resguardará: a su paciencia nos debemos. Pero en la penumbra de tu recuerdo, en el aire que te recorre el hígado, pervive el deseo, el que dio al gran lobo, a la serpiente de los océanos, a la señora negra. Añoras a la que trae el dolor, la de los bosques de hierro, a la madre de horrores; que sea su deseo el que te sostenga. Y que de nuevo se entregue a ti antes de que suene el cuerno dorado.
Mientras la serpiente se derrame sobre ti, mientras el veneno se escancie, mientras Sigyn te mire y sostenga el cuenco, el mundo será salvo. Y sin embargo sé que cuando se escurra entre tus ojos, cuando te agites de dolor, cuando comience el terremoto y Fenrir rompa sus cadenas y abra las fauces hasta reventar el cielo, seremos pasto del tiempo.