Octavo piso, séptimo, tu vida pasa frente a ti, sexto, etcétera. Y qué si todo hubiera sido otro, lo otro, lo que no. Tendrías un reloj, zapatos negros y un quinteto de camisas que abarcaría los rangos necesarios: azul para los lunes, blanco los martes, etcétera hasta llegar al gris del viernes. Un saco y dos pares de lentes: uno para ver de cerca, otro de lejos; la posibilidad de mirar estaría asegurada a cuotas quincenales. Una hoja de afeitar siempre dispuesta, una sonrisa eficiente. Un auto en cuyos espejos se irían acumulando vistas, travelogues urbanos que nadie vería, ni tú; el tráfico entorpecería la contemplación pero permitiría el contrato, el crédito, el café en las mañanas. Una foto de boda, ultrasonidos, los domingos serían días familiares. Aniversarios, amantes, sexo en modalidad costumbre y hambre. El hábito de la asertividad, rutinas de ocio. Un viaje anual a paisajes de gula y exposición controlada al sol veraniego. Un paseo al parque en sábado, juegos infantiles, álbumes de fotos. Un espejo en el que irían amontonándose canas bien ganadas. Un seguro médico, una tumba en la que echarían flores. Y un reloj. Tendrías un reloj. Habrías aprendido a programar, preservar, permanecer. Habrías desarrollado un cierto rictus conocido: líneas que enunciarían la herencia, arrugas. El rostro familiar te contemplaría desde el espejo con gesto aprobatorio: él habría muerto pero tú habrías continuado la lección, la profesión, etcétera. Él se habría muerto y tú llorarías en su funeral, conspicuo y calmo; mirarías el reloj a la hora precisa de marcharse, adiós, y al día siguiente pondrías una fotografía en la mesita de noche: padre e hijo abrazados, sonriendo. Sabrías entonces cuántos minutos hay entre el octavo piso y el primero; hay que saber cosas como esa. Pero cómo sin un tic tac que enumere los segundos faltantes antes del destino final: la planta baja, el auto que te llevará a verlo por última vez si consigues llegar a tiempo. Todo se reduce a eso. Un reloj como los que había en su casa; siempre los desarmabas y luego nunca pudiste rehacer el mecanismo. Quizá por eso después puro correr y llegar demasiado tarde a todas partes, siempre. Las pérdidas, siempre, sin remedio.
Escritora/Ilustradora. “Our songs will all be silenced, but what of it? Go on singing”.
Ilustrador. Ilustrador mexicano, creativo, independiente, inquieto, amigo de sí mismo; disfruta cada día gastando el cartílago de sus manos dibujando.
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