Lo único que me queda es confiar. En este ramo no se puede hacer otra cosa. Puedes estar a la expectativa de lo peor o lo mejor; yo elijo lo segundo. Es más fácil dejarlo todo a la buena fe y seguir confiando en el respeto que mi oficio aún mantiene.
He visto de todo: leones llenos de caries, castores descalcificados, hormigas con encías inflamadas. Y nunca se detiene, así que la labor es ardua pues desde que la fama me acogió vienen a verme animales de toda región, en busca, según dicen, de alguien que no tema ser devorado debido a un movimiento natural e instintivo.
Y, como ya lo dije, prefiero trabajar así; es más, a diferencia de muchos colegas, nunca he sugerido que mis pacientes firmen la famosa “Carta responsiva en caso de ataques”, pues me parece una ofensa al trabajo mismo. Supongo que los astronautas no cuentan con un seguro en caso de volverse lunáticos.
En fin: hoy estoy aquí, dentro de la imponente dentadura del doctor cocodrilo; escucho cómo, lentamente, su respiración se acelera. De reojo, para no perder de vista la pequeña astilla clavada en el tercer molar, veo cómo saliva con abundancia y su lengua comienza a temblar. Siento que, debido al movimiento de su larga cola, la cabeza va de un lado al otro con una especie de miedo y culpa. No es nada nuevo, quizás el final sea el más lógico y normal. Siempre es así, mas no existe un oficio seguro.
Yo sigo con mi trabajo y, claro… me mantengo confiado.