Skip to content

Insomnio

La pesadilla es mirarte, sentir que desapareces entre los bordes del sueño y te escurres como plata en una fotografía que no acaba de revelarse.

Otra vez luz, otra vez escucho los motores como si vinieran a cantar la madrugada en mi ventana, los ojos se me abren y vuelvo a mirar las marcas de la humedad del techo. Otra noche intermitente. Se me pierde el tiempo en las paredes que escurren de salitre. Se me pierde la memoria y el calendario sigue marcando una fecha que no alcanzo a descifrar.

La pesadilla es mirarte y que aparezcas de pronto en la plancha de aluminio cubierta por el olor a formalina. Se desgranan tus huesos, la herida de cuello a pubis. Náuseas, estómago enjuto, laceración.

Otra vez zumbidos, los ojos se me cierran pletóricos de colores, la calle se deforma en los sonidos de una escoba contra el piso, del gato que huele la coladera, del taconeo firme en la acera de enfrente.

La pesadilla es mirarte cruzar la puerta. Dentro no hay nada, te dije, no hay sentido. Querías cruzarla, ver del otro lado como yo observo desde esta ventana, como observo desde este lado del insomnio que me come las noches y los días y los hace iguales. La vida se me vuelve un pasillo interminable.

Llaman a la puerta y me levanto, quizá eres tú que regresas a decirme que todo es una broma. Pero no, es la pesadilla, es otra vez este insomnio que no alcanzo a sacudirme.

 

Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Obtuvo el premio José Emilio Pacheco, en el área de poesía, así como la beca Edmundo Valadés para publicaciones independientes, en 2004, 2005 y 2009. Actualmente es editor de la gaceta de literatura y gráfica Literal, y de sus distintas colecciones.

Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

Viscoso subterráneo

Primero fue el texto

Son las siete de la noche y una mano sujeta con fuerza el muslo de María. Ella mira de reojo y lejos de…

Triste deseo

Espíritu

Eras un ángel hermoso, eterno, alado de nubes plateadas y del amor de un dios que sólo quería para ti la libertad. Pero…

Consejos a una muchacha que se escapa

Pena

Cuando la lluvia se te enrede en las botas como alas y meteoros no desistas. Tampoco temas de la luna aplastante que se yergue a tus espaldas, ni a las temerosas brisas que se enrojecen como lenguas extranjeras. Ni al temor de las piernas cuando el miedo agita sus banderas terribles, ni al ocaso y sus colmillos despuntando en tu cara los instintos.

En lo hondo

Pena

Ahí los veía venir, ahí venían todos, todos esos recuerdos que se encontraban su escondrijo entre las manadas de tonterías del diario. Y…

Volver arriba