A la entrepierna de Karina la han llamado de mil formas. Detrás de un escritorio, entre filas de butacas, sobre inodoros públicos o en casi todos los medios de transporte, Karina ha logrado que las lenguas de sus amantes bajen y se estacionen unos momentos en aquella grieta siempre húmeda. Que huele a estrella, a pescado fresco, a cebolla o a tierra mexica son apenas unas cuantas de las descripciones recibidas. Y aunque —como decíamos— esa grieta siempre estaba húmeda, eran esas descripciones las que lograban que una llovizna se convirtiera en tormenta.
A la entrepierna de Karina le han dicho mil cosas y Karina las guarda todas entre sus oídos. Por eso puedes ver de vez en cuando como una de sus manos aparece desde debajo del escritorio, o desde detrás de su bolso, o desde debajo de su chamarra para ir a posarse (con los dedos apuntando a sus fosas nasales) sobre sus labios y la disimulada punta de su lengua. Puedes ver a Karina en casi cualquier lugar con los ojos entrecerrados y suspirando, recordando, recordándose, saboreándose.