En la mañana de su cuadragésimo cumpleaños, H. J. Kriegel, famoso borracho con alma de querubín, despertó arropado en una cama confortable, muy lejos de su habitual cantina. Contrario a lo que le ocurrió a H. J. Kriegel, famoso cirujano testarudo de cuarenta años, quien despertó tirado frente a la puerta de un derruido establecimiento, envuelto en harapos y bajo la lluvia melancólica de un barrio pobre, sosteniendo con ansiedad una botella de whisky, única propiedad suya.
La sorpresa provocó que H. J. Kriegel renegara de todo lo que miraba con sus ojos de resaca. Situación por completo distinta de la sorpresa que se llevó H. J. Kriegel quien, todavía en aquella cama, no se atrevía a cuestionar lo ocurrido por temor a cambiarlo de algún modo y se limitaba a conducirse con embriaguez, única propiedad suya.
Guiado así por la obstinación, H. J. Kriegel murió un sábado por la tarde, apuñalado por un borracho a quien trató de suturar después de una pelea. A diferencia de H. J. Kriegel, quien perdió la vida al terminar su tercera botella de whisky mientras manejaba rumbo a su nuevo consultorio, un sábado por la tarde.
El cuerpo de H. J. Kriegel yace en un ataúd, cubierto por una gruesa capa de tierra y pasto, bajo una lápida con su nombre grabado. El cuerpo de H. J. Kriegel, en cambio, reposa, anónimamente, al aire libre.