Coloreó con la vista fija en el lienzo. De repente sonreía. Así nacieron flores hermosísimas y un cielo celeste y dulce. Pero de ese ser pensante y extraordinario que quería dibujar apenas había pintado los colores de sus sentimientos. Sí, Dios quiso pintar al hombre, pero justo cuando ya casi lo lograba decidió enjuagar el pincel con un pinchazo a una nube regordeta, de tal forma que un torrente de lluvia deslavó un poco la obra ya creada. De todos aquellos colores sólo se distinguieron algunos hilillos oscuros y desmenuzados. Cansado de su fracaso, Dios botó el pincel y se alejó. Su obra a medio hacer quedó rodeada de millones y millones de ojos invisibles y sorprendidos, los de todos los que no nacimos nunca.
