La poca inspiración bloqueó su creatividad. Tuvo que tomarse un tiempo libre. El destino no fue el idóneo, la zona árida donde vacacionaba le causó bochornos que le impedían descansar.
Después de largos días y noches, pudo conciliar el sueño luego de permitir que el clima se apoderara de su cuerpo. Mientras yacía en una pequeña hamaca, sus pies colgaban y se tambaleaban lentamente con la tierra.
Sobresaltada, abrió los ojos y con la mente difusa sacó de su maleta el material de trabajo que temerosa empacó antes de salir de casa. Tomó la arcilla y dejó que su mente guiara sus manos. Un pequeño hombre comenzó a tomar forma y mientras ella creaba los detalles de su rostro y extremidades recordó el sueño que tuvo minutos antes.
Fue la naturaleza quien trastocó su siesta, la que quiso reafirmar el don de creación de la artesana. Le dio los elementos y esa misma tarde recobró la confianza en su trabajo, para darle vida a seres de barro.