Para el ojo que no ha visto mucho, todos los nopales se ven iguales. Ahí parados, sembrados en la tierra como cualquier otra planta. Ni siquiera son tan bonitos, dirían muchos. Pero dicen eso porque no han visto bien de cerca al nopal. Ve ese que está ahí, el último, el que parece solito. Ese nopal está muy crecido y ya nadie lo va a cortar. Hay nopales así, que crecen tanto, que se quedan bajo el sol esperando una sombra y que los campesinos pasan al lado como si ni los vieran. Esos nopales crecen tan alto para convertirse en casas. Cada espina es una casita chica, casita para hormigas y otros bichos. Casita de agua del rocío que hasta en estos desiertos cae. Bichos de nopal que encuentran en la espina un hogarcito. La espina es su casa y se están ahí tranquilos después de un día pesado de buscar comida, de buscar el sol. Esos nopales no se comen porque te comerías un mundo de bichos de nopal. Esos nopales están ahí para ser casa, crecer bajo el sol esperando la sombra con el plan secreto de hacerse casa.
Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.
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