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EY!

Hemos venido a afligirnos.
Cuando el sol florece, cuando no se nubla la vista y todos los arboles sonríen.
A preguntarse por qué las hojas tiernas se caen.
En la noche las viejas estrellas espantan a los grillos.
Pero todo esto es vanidad. No por viejo el árbol no cae por el huracán que nació ayer.
El viejo necio canta sin ser cenzontle y mi pluma lo llena de temor.
Pero mis flores no tienen tiempo ni se pintan de negro.
Espero en la orilla del templo. He venido a afligirme por mis flores.

Me enseñaron a escribir y a contar desde los tres años con ayuda de naipes, corcholatas de colores y revistas de ciencia.

Mi televisión (de esas grandotas de madera ) no se veía, así que tenía que imaginarme lo que sucedía adentro, ¡oh imaginación!

La poesía es como un sol, adentro, único y salvado: respirar de sus manos amigas, como de pájaros azules que se vuelan por el cráneo, pisar el pasto seco y el aroma acuarela de los mercados, decir con sus jaulas las negras olas desnudas que me toman por el brazo; el sol ondula por encima, como un pálido disco blanco enjuagado. Cuando no trabajo en mi laboratorio me gusta salir a caminar mucho y visitar el océano, ¡ah! y los efectos psicodélicos de las guitarras jaguar.

Me gustan las puertas viejas y vencidas, los paseos sin sentido y el viento en la cara cuando voy en moto. No me gusta cortarme el cabello.

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No pares, ¡sigue leyendo!

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