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La ciudad enferma

Seguido se siente un calor que sube del suelo. Es un vaho invisible de las entrañas de la ciudad. Recorre las calles por debajo de los carros y por debajo aun del pavimento. Es un calor bochornoso, ese que se alebresta cuando la lluvia hace la mala pasada de llover poquito. Sólo levanta el calor, dicen las gentes. Pero no es el calor, es ese vaho insistente bajo los pies.

Tengo un ojo malo de cataratas y entre más blanco se pone, más veo ese vapor horroroso. Me quedo quieto mientras las gentes, sin saber, lo pisan; caminan sobre él y ni siquiera quieren aplastarlo. Entonces el vaho se crece, ahí ignorado se hace más fuerte y hace que el aire tiemble. Por eso se siente viciado y en las tardes no se puede respirar bien. Las gentes no lo ven y su ceguera lo riega por aquí y por allá, por los rincones y, envalentonado, el bochorno se agarra de las suelas y se mete en el metro. Se mete por todos lados y las gentes no pueden respirar, pero respiran su mugre.

Veo sus narices llenas de calor, las sienes saltonas, las caras sudorosas y cansadas. Las gentes se derriten de a poquito con el vaho. Esa es nuestra enfermedad: un calor que nos abochorna y avergonzados dejamos de voltear a vernos y de tanto no vernos, no vemos nada más.

Las gentes no miran y se quejan. Que si el tráfico, que si el dinero, que los días apestan y las noches son malas, te me atraviesas y te miento la madre, que tienes prisa, pues yo más, que te empujo porque estorbas y yo también. El vaho crece.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.
Diseñadora gráfica e ilustradora del instituto departamental de Bellas Artes de Cali, Colombia. Creo y dibujo cuanta cosa se me ocurre y aquí se las dejo esperando que las disfruten.
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