Skip to content

La semilla del canto de fuego

El nuevo traía otra escuela. El primer día de clases llamó la atención de un codiciado grupito de alumnas, lo que provocó una exponencial reacción en cadena. Su nombre: Bibiano Dos Santos, una suerte de rebeldía viviendo todas las edades del sol.  

Con él vino una onda de calor nunca antes sentida. A los dieciséis años, lo vendieron como esclavo al precio más alto para costear la fiesta de generación. Entre tanta gente, era objeto de intercambios tangenciales de opiniones, risitas, guiños y secretos.

Poco a poco Bibiano comenzó a sentirse mirado por todos lados. Dichas miradas le oprimían el pecho, le petrificaban el rostro, le hiperventilaban el corazón.

Todo esto lo contrariaba mucho puesto que nunca se consideró apuesto. Debido a la absoluta conciencia que tenía de su fisonomía, no podía soportar ser visto desde cualquier ángulo. Y menos en uno desfavorable, ya que así sometido, hasta le daban tics faciales… Tanta era la presión que sentía por no decepcionar a nadie.

Luego, algo trágico: el acné.

Dos Santos entró en el submundo. Avergonzado, se hundía cada vez más y más aproximándose al centro de la Tierra. Allá abajo, sus compañeros le parecieron superficiales y estridentes. El sibilino silbido se había perdido y correlativamente todos se habían perdido sin él.

Morando en las profundidades, Dos Santos siguió el silbido hasta dar con una relumbrante semilla. Algo le dijo lo que tenía que hacer: bajarse los pantalones y echar sobre esta un cake.

Ocho años más tarde y con pleno dominio, Bibiano resurgía siendo el ducto de la espesa y negra sangre de Terra, que su garganta transformaba en canto de fuego. Sólo así podía dejar atrás esa piel y reventar la sílice que lo llenaba por dentro para dar aunque fuera un poco de calor a esta civilización desensibilizada.

Loading
Escritor. Se dedica actualmente a hacer sándwiches con el cubre y porta objetos. En el laboratorio analiza muestras de su propia saliva para observar paisajes que luego describe literariamente.
Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

¡Grrrrr!

Primero fue el texto

No juegues a ser monstruo, no te queda ese color. Si supiera que puedes asustarme con tus artimañas habría comprado un escudo protector…

Volver arriba