Nunca entendí qué nublaba su corazón; por qué el silencio, por qué la soledad, por qué no quería hablar. Yo era nuevo en la escuela y no conocía a nadie, pero desde el primer día caminábamos juntos de regreso a casa hasta que en la cuchilla nos separábamos. Al principio sólo aceleraba el paso cuando yo intentaba hablarle, después aceptó mi andar a su lado y yo acepté su silencio. Tres años fuimos compañeros de camino y aunque no hablábamos algo nos decíamos. Yo sentía su tristeza y él lo aceptaba. La última vez que lo vi me dirigió una sonrisa complaciente mientras movía su cabeza sin entender qué hacía yo caminando a su lado.
Ese caminar silente que compartimos, esas piedras que pateamos juntos y esas lágrimas furtivas que de pronto compartimos nos hicieron amigos. Lo único que supe de él después de no volver a verlo fue que se había quitado la vida, al parecer fue una de esas almas incapaces de vivir, no había dramas en su vida, simplemente tenía dentro de sí la imposibilidad de existir, el ser no le decía nada, desde el primer segundo de su existencia había sido llamado hacia el no-ser.