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Llamas a mí

La lluvia de fuego era lo de menos, no había nada qué quemar. Estábamos solas y apenas alcanzamos a agarrar un par de cosas antes de salir de casa, cosas sin importancia pero importantes.

Yo sostenía a mi hermana por la cabeza y así la levantaba cuando teníamos que correr. Tomaba su cabecita como si fuera un balón de basquetbol. No pesaba, nunca había pesado. Y el fuego caía siempre antes o después de que dábamos un paso. Hacía tanto calor que yo llevaba shorts, pero tanto frío que le puse un abrigo a mi hermana. No quería que se congelara porque el fuego podría derretirla. ¡Qué bueno que siempre jugábamos a que el piso era de lava!

Estábamos a punto de irnos, de dejar el fuego atrás, de dejar un poco de lo que fuimos, ese planeta. Pero mi pelo era demasiado largo, demasiado rojo, demasiado flama.

Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.

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