Las gotas de rocío no terminan de caer o evaporarse. Ingrávidas semillas, de cada una nace una palabra nueva que nadie conoce ni conocerá más que en fragmentos dentro de los sueños o de la locura. Se van desvaneciendo en el tiempo como hojas secas o como recuerdos de la infancia.
Y tú ríes.
Y tú lloras.
Y tú miras lo que has hecho.
Entre tus manos de tierra, a través de tus ojos ciegos, devorados por cuervos, a través de los fantasmas de tus pupilas.
Fuiste a mi casa un día, pero yo no estaba y eso que tocaste muy fuerte la puerta, y eso que estaba abierta. Dejaste marcados tus nudillos entre madera, astillas, sangre y pensamientos desbocados.
Fuiste un día a mi casa, pero sólo fue un sueño. La casa estaba deshabitada. Tocaste tan fuerte que el eco llenó las habitaciones durante varios días.
Entonces yo nací.