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Una mañana

Un instante que se perpetúa en la conciencia física de tener orejas. Sorber los mocos hechos agua en una nariz que no hace más que insistir. Dedos acartonados abriéndose paso en el aire. Las piernas buscando estiramientos fútiles, rígidas y temblorosas. Pezones alertas duros despiertos interrumpiendo la caída libre de la tela. Todo el cuerpo convertido en pelos erizados con las células irritadas sensibles y dispuestas. Hay un alboroto en la sangre bajo esa grasa insuficiente en el cuerpo. Fluye. Fluye. La luz más clara. El corazón acelerado. Las pestañas crujen una y otra vez y de nuevo crujen. Lo que va a pasar viene pasando desde hace rato. Y todo puede pasar. Me estiro. Me alargo. Me detengo. La respiración contenida. Es la contracción estirada cercana al pasmo. Segundos de catatonia. Y suelto.

 

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.

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No pares, ¡sigue leyendo!

Mein Gott

Grasa

—¡Mein Gott!—me decía— ¡Mein Gott! ¡Qué desagradable mujer! Ah, pero cómo la amaba. Nada me hacía más feliz que saber que no sería…

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