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A mi muerte, a la que me toca

A todos nos toca una sola muerte, una muerte para nosotros solitos, esta es la mía, le gusta cocinar para mí y platicar conmigo, le agrada hacerse trenzas y vestir de colores. Mi muerte tiene las tetas grandes.

Quiero decirte que me siento joven,
que mi sangre está limpia y mi cara es feliz
como nunca será y como nunca lo fue.
Hoy no me preocupas. Estoy empezando a conocerte.
Te veo de frente y no me asustas, te doy los buenos días y las buenas noches
como a todos mis amigos. Te deseo lo mejor y sigo mi camino.

Me gusta venir a tu casa y ver como cocinas,
tus enormes cacerolas de colores,
tus vestidos floreados de primavera,
tus blancos camisones nocturnos que remarcan tu silueta.
Me gusta mucho venir a tu casa a platicar contigo,
hasta entrada la tarde cuando te sueltas el cabello y sales a trabajar.

Siempre me despides con un abrazo y me voy a mi casa contento
a terminar mi trabajo, a ver a mi familia, me voy cantando.
Un día me quedaré contigo, no volveré a ver a quienes quiero.
Pero no me preocupa,
ellos sabrán por lo que les cuento de ti,
que estaré muy bien cuidado.

Me enseñaron a escribir y a contar desde los tres años con ayuda de naipes, corcholatas de colores y revistas de ciencia.

Mi televisión (de esas grandotas de madera ) no se veía, así que tenía que imaginarme lo que sucedía adentro, ¡oh imaginación!

La poesía es como un sol, adentro, único y salvado: respirar de sus manos amigas, como de pájaros azules que se vuelan por el cráneo, pisar el pasto seco y el aroma acuarela de los mercados, decir con sus jaulas las negras olas desnudas que me toman por el brazo; el sol ondula por encima, como un pálido disco blanco enjuagado. Cuando no trabajo en mi laboratorio me gusta salir a caminar mucho y visitar el océano, ¡ah! y los efectos psicodélicos de las guitarras jaguar.

Me gustan las puertas viejas y vencidas, los paseos sin sentido y el viento en la cara cuando voy en moto. No me gusta cortarme el cabello.

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