Ahora que mi madre ha muerto recuerdo sus ojos, su mirada triste cuando me veía arreglarme para salir. Sin poder hacer nada me decía:
― Cuídate.
— Sí mamá, me cuido.
— El corazón, cuídate el corazón. Siempre lo llevas en la mano para entregarlo a ciegas.
—Sí mamá. Tú siempre tan dramática.
En su tumba ahora crecen los cardos y la hierbabuena. En las tardes le ha dado a un cardenal por irse a posar sobre su lápida. Me hubiera gustado enterrarla con mi corazón pero, entre lágrimas de sangre, ese se me perdió, quedó tirado en la esquina del lugar más lúgubre entre escupitajos y semen rancio, entre orines y vómito. Sí, ese mi corazón que mi madre hubiera querido guardar en caja de cristal. Ese corazón que regalé a la oscuridad y que ahora seguro se pudre en un basurero.