Cuando por fin las furias me soltaron
me encontré a mí mismo caminando por la costa,
aún con la piel hecha tigre y el ojo encarnado
miraba los cristales de colores, crucificados por la arena.
Una mariposa azul de cabellos como de ola
me ofreció sus nalgas para amanecer cantando;
me vi colgado de su cola, justo
al cuarto giro de sus punzantes ojos verdes.
Colgado como un astrónomo fracasado,
tuve que compartir la cola
con cuerpos de estrella
y esqueletos desmembrados de elefantes bebé.
A veces me miraba como un géminis débil
y me alimentaba de su leche de orquídea.
Yo solía hundirla en mi pecho
y llevármela a ciudades de catedrales transparentes.
Cuando los peces nos inculparon
de anidar entre estrellas muertas y supernovas apagadas,
decidimos hacernos un tatuaje en la piel del universo.
Justo antes que me marquen, prometí provocarle un ataque cardiaco.
Ella nunca me perdonó. . . . Regresé al mar.
Convertido en un soldado de los hielos,
emprendí un viaje de regreso a ella,
rojo y condenado como un cohete loco.
Navegué entre lunares de gigantes,
luminoso como un valiente astrónomo.
Destruí los pilares de todo el cielo.
Él nunca me perdonó. . . . Regresé al mar.
Hambriento «como un agujero de gusano»
tan negro como los ojos de los hombres.