Ahí está el círculo de filosofías forjadas y oro opaco, el universo negro de brillos palpitantes. Ahí está, entregado como ofrenda por el esclavo simple de brazos cortos inmune a la vista de aquella diosa de cien escuelas. Ahí está el hueco sin dimensiones lleno de dicha, esperanza, luz y todos sus correspondientes antónimos. Ahí está, ansioso e irracional, bailando la eterna canción de los objetos inanimados que añoran el tacto. Ahí está, inalterable ante las conjugaciones y los tiempos, encima de la mesa, sobre una servilleta desechable.
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