Ahí está el círculo de filosofías forjadas y oro opaco, el universo negro de brillos palpitantes. Ahí está, entregado como ofrenda por el esclavo simple de brazos cortos inmune a la vista de aquella diosa de cien escuelas. Ahí está el hueco sin dimensiones lleno de dicha, esperanza, luz y todos sus correspondientes antónimos. Ahí está, ansioso e irracional, bailando la eterna canción de los objetos inanimados que añoran el tacto. Ahí está, inalterable ante las conjugaciones y los tiempos, encima de la mesa, sobre una servilleta desechable.
Mi A.U.
En las tonalidades de la noche se alcanzaban a distinguir los movimientos de su cola. Trataba de llegar a esos pasos que sus…
El rostro de Ione Robinson
Se sienta ahí en ese lugar cada jueves, cuando el museo está por cerrar. Frente al retrato de Ione Robinson, a las 5:15…
El coleccionista de moscas
Cuando era pequeño me gustaba dejar abierta la puerta de la sala para que entraran las moscas, era fascinante escuchar su zumbido y…
Los hombres del traje negro
Sin ser costumbre mía, hoy abro los ojos en horas que para mí huelen todavía a madrugada. Aún sin saber que hacer, elijo…