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OCOL

Quiso matarla y le consiguió trabajo. Quiso entibiar su alma y le dio un televisor.

Cuando alcanzó su mano, pintó con los dientes un zapato de dos metros en un viejo edificio. Todas las flores del mundo se marchitaron al unísono.

Si ella le sonreía, él adquiría el poder de generarle digestiones extrañas a la gente. La vieja y olvidada gastromancia. Cuando anochecía y el cielo estaba rojo, le hacía biopsias con la mirada en la cúpula de su inocente matriz, delineando cada constelación de la melena celeste en una danza de áridos cordones umbilicales.

Era diestro en el arte de oler las basuras, de escuchar los aullidos porosos de las viejas maestras, de sentir la fatiga en las tetitas de las lactantes pero su lengua sangraba cada vez que le lamía su tierna vagina. El pelo le manaba por los ojos cuando pronunciaba su nombre y orinaba pollitos tibios mientras dormía.

Pronto las horas fotocopiaron la arena de sus cansadas pupilas y el aliento comenzó a olerle a arquitecturas cetáceas y, cada hora, después de rozar sus labios con cansadas cebras oleosas, terminaba sentado en un sol oscuro masticando al revés el sinsabor de su propio perineo.

Hasta que ella dijo la primera palabra.

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Escritor/Ilustrador.
Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez.

Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena.

Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda.

Amén.

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