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Palpitar

Después de haberla aceitado, carburado y desalinizado, Oliver extendió un viejo trapo sobre la mesa de trabajo y con sumo cuidado la depositó ahí, bajo la luz cercana de la lámpara y quedó iluminada, hierática, glorificada y desnuda, como una pieza única del universo, ahí, en su humilde garaje.

Oliver rodeó  la mesa con lentitud de cirujano sintiendo en sus sienes, en su pecho peludo, mientras el ritmo cardiaco se incrementaba, que los goznes y los soportes habían adquirido una simetría surreal que le provocaban un placercito culposo, y que iba a ser necesario pulir los sumideros y soldar las extrapolaciones con esa lenta y contenida obsesión aberrante de los talladores de miniaturas y los cirujanos cerebrales.

Acarició el lomo, deslizó la yema de su dedo maculado por el dorso brillante y sintió las pequeñas ranuras de los tornillos en cada dedo, como besitos de metal y el inicio de otra erección en sus pantalones desgastados por tantas semanas de trabajo. Decidió entonces darle vida al mecanismo y, sabiéndola engrasada, la encendió.

Tras sentir ese primer suspiro plácido en su cuello solo necesitó 2.3 segundos para darse cuenta de que moriría encima de ella.

Escritor/Ilustrador.
Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez.

Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena.

Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda.

Amén.

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