Te caes de marometa. Dos, tres, cuatro pasitos y sin más ya estás en el suelo. No hay razón para levantarte y ai vas de aferrado a que te sigan dando con todo. Como si de verdad fueras el papá de los pollitos. Y a fin de mes, suelo; entre semana, suelo; cada despido, suelo. Por más vergas que andes. Lo bueno es que de ahí no pasas. Lo malo es que el abismo no es la profundidad sino cuando te levantas, cuando le sigues echando tus moneditas a la maquinota que es la vida.
Esa profundidad que es tratar de mantenerse en dos pies es todo un pedo. La escala abismal que todos intentamos subir nos roba en nuestra cara las respuestas más sencillas. Y con todo y ciencia, progreso y madre y media, no sabemos cuándo tocamos fondo. Ni siquiera conocemos el fondo, no tenemos el derecho de visitarlo, de darle la espalda al espejo y regalarnos un día de descanso. Uno ya no cae en el abismo, ahí se da el rol.
Siempre al cien, te dicen, al tope y duro a la tatema. Quien se te ponga enfrente lo descuentas y sigues subiendo o mínimo te quedas de pie. Hasta el próximo topón, cuando el lunes llega y te dice: “quiobo, rey, ¿vas a querer o tienes de antier?”.