Y me pregunto por qué no habla.
«Los dioses no hablan», dice.
Sus voces de casa, abismo colgado,
cabeza de sangre.
Conversar usa el tiempo puro
donde brotan los regresos,
los cuartos, las plazas,
los esqueletos, los muros.
Conversar afuera al tiempo puro,
con dedos, con lengua.
Comenzar de noche.
El abismo es un claro
de tiempo desnudo,
un habla de borradores.
Mudos, entre nuestras claridades.
Vivos, al comienzo del mundo.