Le tomó la cara con fuerza y le dijo que la protegería sin importar contra qué o cómo. Se lo prometió bajo el sol y los buitres y la soledad de la región desértica a la que lograron escapar.
Intentó consolarla cuando recordó la muerte de todos.
— Como si no hubieran estado enterados de las fosas —le dijo— y aun así nos obligaron a ir con ellos.
Le limpió las lágrimas de la cara.
— Es lo mejor que nos pudo pasar. Lo sabes. De haber llegado al otro lado nos hubieran puesto a trabajar.
Lo miró con duda.
— ¿Está mal no lamentar la muerte de nuestros propios padres?—le preguntó—. Digo, no era la primera vez que…
— Está mal que nosotros sigamos pensando en ellos cuando tenemos que preocuparnos por salir de aquí.
Ambos se sonrieron a medias.
La sangre seca mezclada con la mugre les comenzaba a molestar.