Creo en la teoría de cuerdas, pero de cuerdas vocales. Creo que las palabras son como las microondas: invisibles pero presentes en todo el espacio. No estás vestido de rojo hasta que alguien lo dice, no eres coqueto hasta que alguien lo menciona, no eres un patán hasta que alguien lo comenta. Las palabras son cárcel y mar abierto. Las palabras, después de dichas y ya inaudibles, se abrazan a todas tus neuronas y células nerviosas para rebotar como carros chocones en tu cuerpo, en tu pecho y, sobre todo, dentro de tu cabeza. Todo es palabras, incluso el silencio son palabras viejas que ya fueron pronunciadas. Las palabras pueden convertir a un extraño en hermano y a un hermano en Papa, mendigo o enemigo. Por eso los sabios callan y hacen oídos sordos, porque no quieren perder el control y minimizan la cantidad de letras que se adueñan de su conducta. Las palabras matan el instinto, encadenan los sentimientos y ponen precio al cuerpo. Son peligrosas y, parecidas al demonio, se las han ingeniado para hacernos creer que no hay que pensar en ellas. Son la goma que nos une y el pegamento industrial que nubla la mente y nos fija a losas pesadas de dolor y tristeza. Las palabras son vida, sociedad, esquizofrenia, soledad y muerte. Son las tejedoras de la realidad.
Ahora, con esto dicho, ¿qué me susurrabas?