Cuando el viento nos llegó yo estaba ausente.
La casa, la ropa y tus cartas al sol. Todo se había volado.
Te encontré con el pelo suelto, llorando, recogiendo deprisa nuestro nido de escamas.
Me quedé quieto.
Observando cómo tus alas se quebraban con el viento: temblabas.
Y tus plumas por el aire decían «te quiero, pero tengo otro nido que escamar».