Siempre que estoy inmersa en la rutina busco la manera de abordar un avión para verte a ti, a todos.
La urbe asfixiante me incita a buscar más oxigeno. Desde lo alto, en la ventanilla, te miro sin conocer tu rostro, sin saber tu ubicación, rutina o voz. Te descubro como una luz, brillante, semejante a mi. No distingo raza ni estrato social; simplemente dejo que la imaginación nos encuentre y haga que seamos amigos, aunque sea a lo lejos, aunque tu no sepas.
El caos que me aleja es el que me aproxima después al verte desde el cielo. Me provoca querer tocarte, extender mis brazos para entenderte. Desde la bóveda celeste somos uno solo, un cumulo luminoso, energía que agoniza si no logramos sensibilizarnos.
Si vieras los destellos como yo, esos que iluminan al mundo.