Cuando traes unas tijeras en las manos no queda nada más por hacer que recortar. Yo ando buscando la línea punteada. Encontré los círculos dónde poner los ojos y el interruptor de la luz que entre un click y otro me lleva de adentro a afuera. Yo ya tenía brazos para sostener las manos para sostener las tijeras y cortar, si no los tuviera no podría tener tijeras tampoco.
Sigo el rastro punteado y a veces no sé si soy una caja de Kleeneex porque esto tiene muchos lados y muchos vértices. Pensé que de ser una esfera tendría más curvas: parece que soy una cajita de pañuelos.
Estoy de pronto con una pata y con un cuerpo. Sigo pensando en forma rectangular; me doy cuenta de que cada uno de mis lados se une con una pestaña a otro. He de tener muchos ojos para tantas pestañas y tantas uniones y tantos lados separados que se unen con las pestañas de los ojos.
La línea punteada me lleva hacia arriba, me lleva abajo, y en el revés del cartón descubro una piel hecha de los cortecitos de las tijeras y de las rebabas del cartón. Las virutas se enroscan sobre la línea punteada y me dicen qué más cortar. ¡Ahí está la boca! Los rulitos se amontonan y a gritos se escapan por los huecos para los ojos: ¡corren!
Te dije que tenía manos. Ahí también tenía el hilo de la aguja. Me lleva a arriba, me lleva abajo.