Esta vez decidió empezar por la mano, en ella definiría la forma de aprehender su ligereza. Pensó en otras manos lo suficientemente tensas para contener el equilibrio pero no tan rígidas para no llevar en ellas el ritmo. Tal como los funambulistas, que encuentran en una vara la posibilidad de dirigir y controlar al mismo tiempo sus movimientos, balancea su peso a contracorriente del viento. Así pues, bailarina y funambulista sujetan con sus dedos cada movimiento de su cuerpo, manteniendo a ras de suelo la gravedad.
La he visto hacer lo mismo con su lápiz. Este le sirve para llevar a cuesta el ritmo fino y delicado aun a costa de las sombras que la merodean, haciendo ver aquellos trazos como un infinito fluir sobre las hojas. Ambos sabemos que son más que el reflejo de la perfecta sincronía entre la armonía y el azar.