La inercia del sueño se presenta cuando uno no ha dormido bien. En realidad, cada mañana. Desperezándome suelo ver a los seres con los que soñé. En un vuelo largo, terminando de echarme un sueñito, pedí a la azafata un café. El copiloto se había hecho cargo hasta entonces pero tenía que aterrizar yo, el piloto.
Bebí mientras asumía mis funciones. Un ser con el cuerpo cubierto de corteza de árbol me tomaba las manos y me obligaba a llevar al avión en picada. Me solté. Una liebre hecha de vapor salió del café y lo atravesó y lo partió en dos, cada una de las mitades se autocompletó en muchacha y muchacho. Reconocía en ella a la azafata. Querían matarme para escapar del sueño. Ha habido varios casos en los que alguien muere en ese estado, los seres escapan, y las autoridades tienen que encubrir todo.
La taza se desvaneció. Me forzaron de nuevo de las manos. Me acercaba a mi muerte y a la de los doscientos pasajeros.
Una azafata entró y ofreció un café al copiloto. Él hizo una seña hacia mí. Como no podía usar las manos y todos sabían que suelo ser algo coqueto con las mujeres, me acerqué y pegué mis labios a la taza. Ella la inclinó. Mi cabeza se fue despertando en ramificaciones cálidas. Pude finalmente tomar la taza real entre mis manos y seguir bebiendo durante unos momentos, antes de retomar el aterrizaje.