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Igual

La abuela nunca fatigaba su mirada ni se sumergía en esfuerzos innecesarios, es más, creo que jamás la vi de pie; siempre estaba en su sillón al lado de la ventana, siempre con su sonrisa maléfica de culebra seca. Era una sombra, un espectáculo de fatiga y de penas desmedradas, mirando siempre con el desdén que traen años de maldad trajinados por el ocaso de una vida sin sentido, con recuerdos arduos de sangre y dolor, más lágrimas que dichas, más enojos que días de sol, más estreñimientos que tiernas digestiones y la constante decisión de ser infeliz, de ser marchita, de ser mustia en la angustia, hierática, cascarrabias, buscapleitos, y los nietos siempre recibíamos mordiscos, rasguños, golpes, coscorrones, insultos dolorosos y agravios escondidos que te seguían ofendiendo durante horas, durante días. Ni hablar de lo que recibieron los hijos.

Un día de sopor etílico le solté al oído cuando nadie nos miraba: «Tu agria tristeza está llena de secretos que hacen surcos en tus días, en tus ojos, en tus hijos, en tu herencia».

Entonces vi a los dos niños corriendo por su rostro, los niños que no atajó, vi dos viejos amores atravesando su mejilla sin ley, como machos resabiados y rabiosos profanando piel, marchitando lozanías, dos machos llorando resentidos; vi a cuatro amigas desgarrando con una hoz de envidia sus sienes indefensas, amigas del alma traicionando risueñas, vi a una prima abriéndose camino a machetazos de estafa desde el ceño hasta el pelo, la había adoptado y criado, vi a Jacobo el usurero arando su deuda desdichada que finalmente no había servido para nada, convirtiéndola en una cicatriz que parecía más una lágrima de erosión, más un cráter en la tierra árida que un remendón de carne.

«Igual yo no te he hecho ni mierda, abuela».

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Escritor/Ilustrador. Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez. Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena. Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda. Amén.
Ilustrador. Soñó que se caía, pero se agarró de un lápiz.
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