La pesadilla es mirarte, sentir que desapareces entre los bordes del sueño y te escurres como plata en una fotografía que no acaba de revelarse.
Otra vez luz, otra vez escucho los motores como si vinieran a cantar la madrugada en mi ventana, los ojos se me abren y vuelvo a mirar las marcas de la humedad del techo. Otra noche intermitente. Se me pierde el tiempo en las paredes que escurren de salitre. Se me pierde la memoria y el calendario sigue marcando una fecha que no alcanzo a descifrar.
La pesadilla es mirarte y que aparezcas de pronto en la plancha de aluminio cubierta por el olor a formalina. Se desgranan tus huesos, la herida de cuello a pubis. Náuseas, estómago enjuto, laceración.
Otra vez zumbidos, los ojos se me cierran pletóricos de colores, la calle se deforma en los sonidos de una escoba contra el piso, del gato que huele la coladera, del taconeo firme en la acera de enfrente.
La pesadilla es mirarte cruzar la puerta. Dentro no hay nada, te dije, no hay sentido. Querías cruzarla, ver del otro lado como yo observo desde esta ventana, como observo desde este lado del insomnio que me come las noches y los días y los hace iguales. La vida se me vuelve un pasillo interminable.
Llaman a la puerta y me levanto, quizá eres tú que regresas a decirme que todo es una broma. Pero no, es la pesadilla, es otra vez este insomnio que no alcanzo a sacudirme.