—No apagues la luz —dice.
Teme mirarse en el espejo de la noche. Presiente que el ojo de su deseo borrará su rostro. La fuerza del agua acabará con su historia. El reflejo no tocará más la superficie ya conocida y repetida en infinitas narraciones que ha hecho de sí misma. Si decide que la noche se adueñe de sus ojos, la luz no jugará más con ese cuerpo de agua. Va a despertar en la profundidad de un sueño, sin forma. Ese es su dilema: ser presa o volverse río.
Y se vierte en mí… con sus ojos, pero a la distancia. Yo goteo en ella, torpemente, con mi paladar de sonidos.
—¿Por qué? Si no, no puedo verte.
Las manos, impacientes, no quieren hacer violencia al secreto y no saben qué llave levará los diques de las aguas que podrían rendirnos.