Ella abre la puerta, entra y la cierra. Lo mira directo a los ojos sin pronunciar palabra. Frunce un poco el ceño, recriminando su actitud.
Él ahí sentado tomando cerveza y ella que recién llega del trabajo. Él con su estúpida idea de escribir. Él, que piensa que la vida es una sola y hay que vivirla sin reparos y de manera siempre optimista. Él, a quien no le importan las emociones ajenas ni entiende las lágrimas, la desconfianza o el dolor emocional. Él el frío, él el ausente, él el egoísta.
Tuerce la boca en una mueca de incontenible desprecio, suelta el picaporte y se dirige muda a encerrarse en la habitación.
Él, sabiendo que se introducirá en una zona gris de insondables letanías, la sigue de inmediato.