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A mi madre

Nunca buscó marido. Ella quería a alguien que se le pegara, que se le metiera entre los huesos y casi no la dejara respirar. Ella deseaba intensamente a un ser invisible.

Tuvo que cambiar de latitud para encontrarlo. Ese marginado que nunca la reconocería como un ente femenino estaba esperándola después de las aguas del océano.

Ella necesitaba ser otra cosa, algo que no respondiera a los estímulos externos. Un mundo donde el ser mujer se despedazara cayendo como cristales en la niebla.

Quería crear la realidad paralela de su cuerpo verdadero. Sólo lo haría con él.

Él tenía un nombre que dio como presente votivo para entrar en su cuerpo y no salir.

Ambos, seres de un inframundo marino al que los desterraron por herejes.

Treinta años después siguen juntos caminando por un mundo abismal. Perfectos cómplices de una soledad que sólo se vive donde no hay luz.

Me sigo preguntando, ¿cómo una mujer así…? ¿Por qué…?

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Ilustradora. Conejo con disfraz humano; el disfraz se dedica a comer, dormir y cagar. Como actividad extracurricular hace teatro, danza, yoga, escribe y pinta… Pero el conejo Randy sólo tiene dos preocupaciones en la vida: que no se acabe el agua y que no se extingan las abejas. Por lo demás, sabe del apocalipsis venidero y lo toma con la mejor filosofía taoísta: aprender a desaprender, guardar silencio y esperar.

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Dejarme ir entre los vivos

Espíritu

Los sueños son la representación del deseo inconsciente, pero esto va más allá. Me pasa inevitablemente todos los días: sueño con ella y…

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