Es cuando la noche se termina de establecer que inicia el zumbido. Es un sonido continuado y bronco que tiene lugar dentro de los oídos del hombre que en estos momentos se encuentra recostado sobre la cama, boca arriba, con la cabeza un poco inclinada hacia la derecha, las manos en el pecho, las piernas separadas y los pies ladeados, uno a la izquierda, el otro a la derecha, ambos ligeramente doblados por la presión que ejerce el edredón sobre estos.
Poco después de su inicio, el hombre cree reconocer dentro del extraño zumbido otro más, un rumor agudo que surca la densidad del primero como si fuera una flecha cortando el aire. El sujeto, que no tiene más de cuarenta años y quien todavía no concilia el sueño, se entretiene otorgándole una forma: es la de una barra, algo así como un tubo alargado que se estira al tiempo que su frecuencia aumenta y que se reduce, sin perder su figura oblonga, cuando el tono se vuelve menos agudo. Si se le presta atención, piensa el hombre, parece que la cosa se acerca y aleja constantemente, es decir, que ya no sólo se expande sino que se desplaza adquiriendo una peculiar forma de S.
En eso divaga cuando empieza a sentir sueño. Sus párpados se cierran con frecuencia, sus músculos se relajan y la boca se afloja dejando salir un poco de baba. Por momentos es consciente de ello e intenta espabilar, pero no puede. El cansancio lo somete hasta entregarlo al más placentero de los silencios.