Es más que eso. Es más que la falta de palabra, que la decepción, que la aceptación. Es más que el tiempo, que la deshonestidad, la perversión o la falta de vergüenza.
Es el silencio, la apatía, la desidia.
Es la semilla implantada entre el hígado y el estómago, la raíz que perfora el intestino, los tallos que se enredan entre las costillas y obscurecen el corazón.
Es su flor de venganza y dolor cuyo polen cabalga los eritrocitos para sodomizar cada poro, cada célula. Cada neurona.
Son los parásitos con los que nos obligan a vivir. La ameba del odio, la tenia que ansía el mal ajeno, el ácaro de estrategia sociópata.
Es su descaro de obligarnos a apagar las luces poco a poco, de empujarnos a las tinieblas de este mundo de aberraciones.