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Telematch

Una alemana de mediana edad, robusta, vestida de provincia, corre alegre y desesperadamente mientras un pin de bolos gigante la alcanza y la azota contra el agua. Sus compañeros de equipo saltan como si un balón pegara en el palo dejando ver atrás la colorida escenografía al aire libre.

No recuerdo siquiera el nombre. Fue algo inédito. Tristemente los creadores del videojuego olvidaron dejar una salida obvia o difícil a la escena. Quizás no podían. Así esta frustró a algunos adolescentes porque finalmente no muchos más compraron el cartucho a partir de tal fama.

El escondite japonés que nunca se concretó y cuya experiencia más cercana prefiero obviar. Un salto por un balcón alto y romper el piso a partir de mi repentina sólida corporeidad. Una mueca imposible ante el que denotaba poder. La famosa escena del tranvía (al menos reducida a un autobús) en donde saco de la manga una preparada frase mientras miro fijamente a los ojos a mi interlocutora.

Vuelvo a sentarme. Analizo cómo tantos intentos reales e imaginativos han desembocado en tal desencanto de realidad y un poco de encierro.

También pienso que no hubiera podido ser de otro modo. Intentando -o compitiendo por- no perder el hilo, miro hacia la ventana en donde sin esfuerzo pasan las nubes de una despejada tarde caleña. Pienso cómo han pasado los años. Y tras la pausa vuelvo a  tomar el control.

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Ilustrador. Lo que nos da la propiedad de reyes o reinas es la vida misma y el hecho de que la vivamos personal e individualmente aun cuando sabemos que somos parte de un todo, aun cuando en los momentos más oscuros nos consuele saber que nuestras oscuras preguntas estén en la mente / espíritu / alma / esencia de otros.

Esa virtud innata de vivir es fuertemente enriquecida con la virtud de dar vida, de ser nosotros mismos canales para la creación de nuevos mundos que se impongan a la cuestionante y finita realidad.

Es allí donde creo confluir con este proyecto de creación colectiva, donde los ríos se cruzan aumentando su caudal para simplemente seguir irrigando (sí, también, por qué no, hasta llegar al mar).

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